El Psicólogo Clínico, como se ha venido tratando en posts anteriores (ver «Psicología: Aprendizaje y posibilidad de cambio», en este blog) desarrolla su labor profesional en el ámbito de la salud mental, proponiéndose como objetivo incrementar el bienestar y la adaptación de las personas a su entorno, ayudándolas a superar los problemas y dificultades que han podido aparecer en un momento dado en su vida (en la interacción que la persona hace con su entorno y con los contextos en los que participa) y que le dificultan esa correcta adaptación al medio. Los Problemas Psicológicos se desarrollarían por tanto en el marco de la interacción de la persona con su medio, siendo por ese motivo aprendidos y susceptibles de ser modificados.
Para que la modificación de un comportamiento problemático pueda realizarse de forma eficaz, el Psicólogo primero debe estar en condiciones de describir y explicar en qué consiste exactamente el problema (qué comportamiento/s están resultando problemáticos y en qué situaciones), para poder realizar predicciones sobre el mismo y diseñar posteriormente un protocolo de intervención eficaz y SIEMPRE adaptado a cada caso.
La herramienta del Psicólogo: El Análisis Funcional
Para desgranar completamente la conducta problemática los psicólogos hacemos uso de nuestra herramienta clave: El Análisis Funcional de la conducta (AF), que permite establecer las relaciones funcionales o secuencias que caracterizan una conducta, analizando los antecedentes y consecuentes que explican que la conducta se dé y se mantenga en el tiempo. El AF nos permite conocer exactamente qué ocurre (cuál es la conducta problemática: qué piensa, dice, hace, siente, o cómo reacciona la persona), en qué circunstancias contextuales (ante que estímulos o personas se da la conducta) ocurre la conducta y qué efectos o consecuencias tiene en el medio (que hacen los otros, qué beneficios o pérdidas reporta a la persona, cómo se siente después…).
Pero no sólo es necesaria esta información, sino que para que el análisis del problema que trae a la persona a consulta sea realmente global y completo, es necesario estudiar una serie de Variables Disposicionales, que pese a no ser explicativas del problema, sí nos ayudan a comprender que el problema haya aparecido y se mantenga en el tiempo.
Las Variables Disposicionales aludirían a condiciones relativamente estables en la persona o en el ambiente que pueden precipitar un problema o hacer a la persona más vulnerable a caer en determinados comportamientos problema. Por ejemplo, si hay una situación de crisis en el país que está afectando a la economía de una familia, es posible que la presión a la que se estén viendo expuestos tanto el padre como la madre pueda favorecer la aparición de problemas de pareja o incluso derivar en problemas en el manejo de los hijos y la comunicación familiar. Otro ejemplo podría ser el de un adolescente hijo único que ha estado siempre acostumbrado a obtener todo de sus padres sin mucho esfuerzo y que cuando las cosas dejan de ser tan fáciles y exigen una implicación por su parte (ej. aprobar los estudios, tener dinero para salir o comprarse caprichos), no es capaz de persistir sin recibir la gratificación inmediata.
Como vemos, este tipo de variables, como podrían ser las circunstancias del entorno (situación de crisis económica) o la historia de aprendizaje previa (haberse acostumbrado a recibir todo lo que se quiere en el momento en que se quiere) pueden favorecer el que, en un momento dado, si se dan determinadas situaciones antecedentes y consecuentes (ej. un motivo que propicie una discusión de pareja, una conducta del hijo que moleste a los padres que ya estén de antemano alterados, no tener dinero para costearse los gastos y tener que trabajar para comprar algo que quieres…), se genere un problema o aparezca una dificultad.
La Aparición del Problema
La aparición de un problema psicológico pone de manifiesto que: 1) La persona carece de las habilidades de afrontamiento adecuadas, 2) que las demandas del medio exceden esas habilidades o bien, 3) que el uso que se está haciendo de las mismas es inadecuado para esa situación o problema concreto. Por ejemplo, una estrategia de “evitación” podría ser lo aconsejable en un caso de maltrato de pareja (irse del contexto problemático). En estos casos la víctima debe tratar de alejarse del maltratador, encargándose el psicólogo de dotarla de estrategias que le ayuden a romper el vínculo con esta persona. Esta misma estrategia sería totalmente inadecuada si lo que se pretende es superar un temor o una fobia, pues lo recomendable en estos casos es lograr que la persona afronte la situación temida, comprobando de esta manera que no ocurre aquello que se teme.
El AF pretende por tanto esclarecer cuáles son las secuencias en que se da una conducta problemática y qué procesos de aprendizaje subyacen a la misma (las leyes de aprendizaje implicadas). El AF sería de esta manera diferente para cada caso concreto, incluso en aquellos casos que responderían a una misma etiqueta (ej. Ansiedad, depresión…). En cada caso las respuestas que emite la persona (lo que hace, lo que piensa, cómo reacciona y cómo se siente física y emocionalmente) y que le generan malestar pueden variar, así como también varían los estímulos, personas o situaciones que anteceden o generan esas respuestas o reacciones y las consecuencias que se derivan de todas esas respuestas. Este conjunto de estímulos antecedentes (A) – respuesta (R) – estímulos consecuentes (C) (Secuencias A-R-C) es lo que hará de cada caso único y lo que justifica intervenciones únicas y adaptadas a cada caso.
El etiquetado del problema
Lo anterior nos ayuda a entender también por qué cada caso de “Depresión”, “Ansiedad”, “Problema de Pareja”… es único y el nombre que se le da, funciona simplemente como una etiqueta que nos ayuda a resumir y a hacernos una idea de “por donde pueden ir los tiros”, pero no nos dice nada acerca de cuáles son los comportamientos problemáticos específicos de la persona (qué hace o qué no hace para estar mal, qué pensamientos está teniendo y cómo éstos están influyendo en su estado anímico y en su conducta…), y menos sobre cómo intervenir. Para comprender el problema en su totalidad y diseñar una intervención verdaderamente adaptada al problema concreto hay que recurrir al AF y desgranar la conducta en sus elementos constituyentes (Antecedentes, Respuesta, Consecuentes).
- Los Antecedentes son estímulos que desencadenan una respuesta, bien de manera automática porque hemos asociado el estímulo a esa respuesta (ej. Ver a una persona que nos cae mal, nos puede poner de mal humor nada más verla y ese mal humor se plasmará probablemente en nuestro comportamiento con ella, a menos que hagamos algo para controlarlo), o bien porque hemos aprendido que si ante ciertos estímulos (ej. Ver a una madre de buen humor) realizamos ciertas acciones (ej. pedirle llegar más tarde el fin de semana), obtendremos ciertas consecuencias (ej. que nos deje). Las consecuencias pueden ser positivas (Refuerzos) o negativas (Castigos) y en función de ello, optaremos por repetir la conducta (si esta se ve reforzada) o no repetirla (si sabemos que ésta ha sido castigada y aprendemos que podrá volver a serlo en el futuro). Por ejemplo, si un hijo ha podido comprobar tras uno o varios intentos que cuando su madre está enfadada y la pide llegar más tarde, ésta se niega y por el contrario, cuando está de buen humor es más probable que acceda, el hijo aprende a discriminar ante qué situaciones (estímulos antecedentes) debe emitir la conducta (realizar la petición) y ante qué situaciones no.
- Los Consecuentes de una conducta son, como la palabra indica, las consecuencias que se derivan de la emisión de la misma, y como acabamos de ser, pueden ser positivas (refuerzos) o negativas (castigos). Si una conducta se ve reforzada tenderá a repetirse y si se ve castigada, tenderá a extinguirse. Esto es así porque las personas aprendemos de las contingencias a que nos expone nuestro medio y que se derivan de nuestra conducta.
Del mismo modo que en el lenguaje, cada elemento cumple una función determinada en la construcción gramatical de la oración y ese papel viene precisamente determinado por las normas o leyes gramaticales, cuando se trata de la conducta, cualquier acción, pensamiento, emoción o reacción fisiológica, así como sus antecedentes y consecuentes, cumplen una función dentro de la secuencia de conducta y ese papel dependerá de los procesos de aprendizaje subyacentes a cada una de las conductas analizadas.
Análisis de los Problemas Psicológicos
Siguiendo la idea anterior, cuando hay un problema psicológico (problema comportamental), éste puede y debe ser analizado en las secuencias que lo componen. Imaginemos que una persona llega a consulta con un bajo estado anímico. La labor del psicólogo será esclarecer a qué se debe ese bajo estado anímico. La conclusión a la que el psicólogo llegue después de hacer la evaluación podría ser la siguiente: “Se trata de una persona a la que le ha abandonado la pareja. A partir de ese abandono la persona no ha podido/sabido evitar que rondaran constantemente por su cabeza pensamientos relativos a qué ha fallado, qué ha hecho mal, así como recuerdos sobre los momentos bonitos pasados con la pareja. Estos pensamientos aparecían en muchos momentos del día de manera automática, pero además aparecían con gran frecuencia ante la presencia de estímulos que se habían asociado a la pareja durante el tiempo que duró la relación (ej. A la salida del trabajo por ser el momento en que se quedaba con la pareja, en aquellos lugares que se solía visitar con ésta, viendo la serie de tv que ambos veían juntos, cuando se está con amigos comunes…). La consecuencia de darle vueltas a estos pensamientos es una sensación de gran malestar y tristeza, que además puede ir acompañado de una reducción de las ganas de hacer cosas, de visitar los lugares y los amigos que se frecuentaban con la pareja y de realizar las actividades que se compartían con ésta”.
En el análisis del caso anterior, al final todo se convierte en un bucle, porque la persona puede dejar de hacer cosas que le mantendrían distraído, teniendo así más tiempo para pensar en la pareja y en todo aquello que le genera tristeza. Puede terminar abandonando amistades comunes para evitar recordar a la pareja y dejar de hacer las cosas que se compartía con ella para dejar de pasarlo mal. Esto no sería negativo mientas que esos estímulos sean sustituidos por otros (salir con otros grupos, realizar otras actividades diferentes…). El problema vendría si se cae en la inactividad, porque ello acrecentaría ese malestar y el bajo estado de ánimo.
Como vemos en este ejemplo, existen unos antecedentes (estímulos relacionados con la pareja) que elicitan unos pensamientos negativos (recuerdos de la pareja, preguntas sobre qué ha fallado) que tienen como consecuencia la reducción de las ganas de hacer cosas y la sensación de tristeza. Este estado de tristeza puede a su vez convertirse en el antecedente para no realizar actividades, lo que a su vez tiene como contrapartida la pérdida de refuerzos y gratificaciones alternativas y tener más tiempo para pensar en la pérdida de la pareja. La persona así mismo puede optar por evitar aquellas situaciones que le recuerdan a la pareja con el fin de evitar la consecuencia negativa de pasarlo mal, pero en la medida en que no se busquen refuerzos alternativos y se trate de rehacer la vida al margen de la pareja, la semilla del problema está plantada. El psicólogo debe analizar todo esto para comprender ese bajo estado de ánimo y poner medios para modificarlo.
Para modificar conductas disfuncionales e instaurar conductas funcionales el psicólogo se sirve de las Técnicas de Modificación de Conducta, que están basadas en las mismas Leyes de Aprendizaje que subyacen a las secuencias que hemos estado viendo. Estas técnicas han sido avaladas empíricamente a través de investigación de laboratorio y la decisión de aplicar unas técnicas u otras dependerá precisamente del Análisis Funcional del problema, es decir, de cuáles sean los antecedentes, las respuestas y los consecuentes concretos.
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