El ayuno es una de las estrategias seguramente más conocidas por todos para compensar excesos en la alimentación. Se suele pensar que ayunar puede ayudarnos positivamente en nuestro afán de perder unos “kilitos”. Por este motivo, muchas personas recurren a eliminar una comida o se someten a menores o mayores restricciones alimentarias creyendo que esa privación de alimento conducirá directamente a una pérdida de peso… Pero no solo no es así, sino que sucede todo lo contrario.
A nivel conductual ya era conocido que el efecto de privación de un estímulo intrínsecamente reforzante como es la comida, produce un incremento del valor reforzante de ese alimento, y por tanto, de las ganas y el impulso de comerlo. El resultado de la privación es un incremento de nuestro estado de activación, al que se suma el probable estado de hambre e hipoglucemia (que activa la búsqueda de alimento para la supervivencia). Ambos estados (activación/deseo de alimento y hambre) resultan desagradables y motivan a la persona a poner en marcha conductas para calmarlos. ¿Qué conductas son estas?: Evidentemente, la más útil para calmar la necesidad y el deseo de comida por parte del organismo será comer.
El problema es que cuando se ha generado un estado de privación de alimento, aumenta la probabilidad de que la conducta de ingesta motivada tienda a ser descontrolada. Por tanto: La privación o el ayuno, aumentan la probabilidad de descontrolar con la comida e ingerir en exceso. Esto es lo que suele suceder en los trastornos de alimentación en los que se recurre al atracón, y es así porque cuanto mayor sea el estado de activación y hambre (que resultan muy desagradables), mayor es el valor potencial que tiene el alimento para reducir y eliminar esos estados. Además, a ese poder reductor de estados desagradables debemos añadir el enorme valor reforzante de la comida (y sobre todo de algunos alimentos): por su sabor, por su aporte nutricional, por su textura, por la capacidad de inducir modificaciones en nuestros estados anímicos (por el efecto de activación de ciertos neurotransmisores).
A nivel neuroquímico cerebral, las conductas de ingesta tienen también un correlato. Recientemente, los hallazgos de un estudio realizado por la Harvard Medical School y el Beth Israel Deaconess Medical Center, y publicado en la revista “Neuron”, explican las razones neuroquímicas por las que el ayuno no ayuda a la pérdida de peso, sino que por el contrario, favorece el incremento del peso y las ganas de comer. La clave, como explica el doctor Bradford B. Lowell, director del estudio, está en que durante el ayuno se activarían un tipo de neuronas (neuronas de AgRP), que promueven la alimentación y la conservación de energía, conduciendo ambos factores al aumento de peso. Por el contrario, las neuronas POMC, se han relacionado con la supresión del apetito y la pérdida de peso.
Este estudio pone de manifiesto que toda conducta tiene un correlato neuroquímico y también que a través de la propia conducta se pueden producir alteraciones en el funcionamiento neuroquímico y en la propia estructura del cerebro. Estos mismos investigadores encontraron por ejemplo, que los ratones que fueron sometidos a ayuno habían modificado la estructura de las neuronas AgRP, incrementando su número de receptores excitatorios y de espinas dendríticas (lo que hace a estas neuronas más susceptibles de reaccionar comiendo y reservando energía cuando se producía el ayuno).
Puede leerse la noticia sobre este estudio en: Una investigación analiza la respuesta de las neuronas al ayuno
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