Necesitar caer bien a todo el mundo, lejos de conducirnos a la felicidad y la armonía, supondrá una enorme presión y una inseguridad constante sobre cómo actuar en cada caso y según con quién. Además conlleva el riesgo de no sentirte una persona genuina, de sentirte falso y a disgusto con tus actos.
Cuando se trata de gustar a todos, se puede terminar perdiendo la noción de quien realmente eres, lo que te define como persona (tus propios gustos, opiniones, valores…). El excesivo empeño por caer siempre bien, puede terminar mostrando al entorno una personalidad voluble, en lugar de una cara amable, y lejos de gustar, termina generando desconfianzas y rechazos cuando esa volubilidad se muestra evidente a los ojos de los demás. Así mismo, los intentos exagerados por gustar y agradar, terminan percibiéndose excesivos y poco genuinos.
A nadie nos genera confianza ni atracción alguien al que percibimos inseguro, cambiante o falso. Más bien al contrario. A las personas nos gusta poder predecir en cierta medida nuestro entorno y que éste sea controlable. En cuanto a la gente con la que nos relacionamos, en líneas generales nos gusta lo mismo: Alguien del que nos podamos fiar, que nos transmita cierta coherencia en sus actos y del que podamos predecir su comportamiento en cierta medida. Esta predictibilidad se va generando al conocer a las personas, al ir observando cómo tienden a reaccionar y actuar según qué situaciones. Se puede decir que vamos conociendo su «personalidad». Las personas cambiantes generan desconfianza al no poder predecir en qué momentos harán una cosa u otra.
¿Preocupación por agradar o capacidad de adaptarse al entorno?
Aquellos excesivamente preocupados por agradar y por no generar impresiones negativas tratarán de adaptarse a lo que ellos “creen” que es lo aceptado, en función de dónde y con quién se encuentre. La capacidad de adaptación no es mala en sí misma (de hecho es una habilidad que puede sernos de mucha ayuda), pero sí lo es cuando se lleva al extremo y se pone en marcha buscando constantemente la aprobación del otro, y dependemos de ello para sentirnos seguros.
En el término medio está la virtud y la capacidad de adaptación deja de ser una capacidad beneficiosa para convertirse en un problema cuando, por querer adaptarnos a lo que creemos que se espera, fundimos nuestra identidad para alcanzar la expectativa que nosotros mismos hemos creado. Entonces dejamos de discernir entre nuestro propio criterio, lo que querríamos hacer o decir, lo que opinamos y deseamos, lo que nos apetece… para hacer lo que “creemos” que otros van a aprobar… o lo hacemos, a costa de renunciar a nosotros mismos, con el consiguiente perjuicio de nuestra autoestima.
El deseo de agradar y la Autoestima
Las consecuencias del deseo exagerado de agradar son la pérdida de la propia identidad, el deterioro de nuestra autoestima, y cierta ansiedad hacia las relaciones sociales, pues puede llegar un momento en el que la exigencia de agradar y ser aceptado se convierta en una fuente de presión tal, que ocupe nuestros pensamientos y condicione el modo de desenvolvernos. Posteriormente es frecuente que aparezca malestar y resentimiento hacia uno mismo por haber vulnerado nuestro derecho a mostrarnos como somos, sin ir a remolque de otros.
Lo que debemos tener en cuenta:
- Es imposible caer bien y agradar siempre a todo el mundo: Por ello lo más eficaz para sentirnos bien es, al menos, elegir la forma de actuar con la que nosotros nos sintamos más a gusto y coherentes. La que sea más fiel a nuestros valores, deseos y opiniones. Esto es perfectamente compatible con saber ser flexible y adaptarse a diferentes situaciones. La diferencia es que la elección la hacemos nosotros y no en función de lo que creemos que otros piensan. Recordemos también que a nosotros tampoco nos cae igual de bien todo el mundo y no es tan grave.
- La discrepancia es válida y constructiva: Pueden existir discrepancias entre gente que se aprecia y esto no tiene por qué resentir la relación cuando es sólida y cuando las discrepancias se hablan y se transmiten desde el respeto. ¿A caso no tenemos buenos amigos con los que no estamos de acuerdo en ciertas cosas o no admiramos a gente con la que podemos discrepar en algún punto?… Si esto es así ¿no es un poco injusto exigirnos perfección de cara al resto?. Recordemos que la variedad de opiniones puede además enriquecer las relaciones, abrirnos otras perspectivas…
- “Leer la mente” no suele funcionar: Pensar sobre lo que pensarán otros suele conducirnos a conclusiones erróneas pero que, sin embargo, nos condicionan. A menudo estas hipótesis son un reflejo de nuestros temores y no están en la cabeza de nadie más que en la nuestra. No pienses en lo que otros van a pensar sobre ti, simplemente haz aquello con lo que te sientas más natural y a gusto.
- No puedes controlar lo que la gente piense: Y menos si ese intento de controlarlo te impide ser tu mismo. Si a alguien no le parece bien lo que dices o haces, está en su derecho de discrepar y además “será su problema”. Tu no debes dejar de pensar como piensas o actuar como actúas para obtener el beneplácito de esa persona. Es importante estar abierto a la crítica constructiva y ser capaz de cambiar si se considera oportuno, pero no con el único fin de agradar.
- No actuar de forma genuina puede pasar factura a nuestra Autoestima: A menudo, cuando no estamos conformes con algo que hemos dicho o hecho, cuando no lo sentimos en consonancia con “nuestra forma de ser”, cuando sentimos que no estamos respetando nuestros derechos, criterios o esquema de valores, solemos sentirnos mal… Si esta vulneración de nuestros derechos y de nuestra coherencia personal persiste en el tiempo termina afectando a nuestra imagen de nosotros mismos, es decir, a nuestra Autoestima.
- No obtener la aprobación de todos no es tan grave: El que a ciertas personas no les agrade o compartan todo de nosotros no quiere decir que no haya mucha gente a la que sí. Es más, el que existan discrepancias en ciertas cosas ni siquiera implica una desaprobación global de toda nuestra persona. No podemos olvidar que lo que a unos les gusta no les gusta a otros, por lo que es imposible ser perfecto para todos.
La clave: Sé tu mismo. No pienses tanto en lo que podrían estar pensando los demás de ti y haz lo que a ti te haga sentir más a gusto.