Robert Whitaker periodista especializado en temas de medicina y ciencia, realizó un análisis de todas las enfermedades mentales, lanzando la polémica conclusión de que la mayoría de los fármacos psicoactivos no sólo son ineficaces, sino que además resultan perjudiciales a largo plazo.
Resumo aquí sus principales argumentos y conclusiones e invito a leer el enlace que adjunto, pues clarifica muchas ideas erróneas y aspectos desconocidos del modo en que los psicofármacos actúan en nuestro cerebro y las consecuencias derivadas de su consumo:
Se está produciendo un aumento de la prescripción y consumo psicofármacos, lo cual resulta peligroso pues cuando una persona empieza a ser medicada, se introduce en una “espiral de consumo” de la que es extremadamente difícil volver a salir.
- Los psicofármacos, pueden aliviar ciertos síntomas a corto plazo, pero, causan daños cerebrales a largo plazo, cuya duración se prolonga en el tiempo más que los daños que se hubieran derivado de la progresión natural de la enfermedad mental, sin intervención farmacológica (según sus conclusiones)
- Lo anterior se debe a que el consumo habitual de psicofármacos hace que el cerebro comience a funcionar de manera diferente a lo normal, en un intento por parte del cerebro de compensar los cambios que los fármacos introducen en el funcionamiento neuronal.
En el intento de compensar los efectos del fármaco, las neuronas comienzan a fallar y se empiezan a manifestar los efectos secundarios del medicamento (que no es otra cosa que la puesta en marcha de los mecanismos compensatorios por parte del cerebro).
- Cuando la persona empieza a notar esos efectos secundarios derivados del consumo de psicofármacos, puede acudir al médico en busca de un tratamiento paliativo. El resultado final es el consumo de un “cóctel de psicofármacos para un cóctel de diagnósticos”.
- El problema llega cuando los efectos secundarios del consumo de un psicofármaco dan lugar a un cuadro que pueda ser catalogado como un “nuevo trastorno mental”, generándose así un nuevo diagnóstico que debe ser medicado. Whitaker pone como ejemplo los cuadros de “Manía” que en ocasiones aparecen desencadenados por un consumo prolongado de antidepresivos. Estos estados puede derivar en el diagnóstico de trastorno bipolar y conllevar un nuevo tratamiento con estabilizadores del ánimo.
El consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una atrofia cerebral, algo que ha sido demostrado en los estudios de Nancy Andreasen, prestigiosa neurocientífica y psiquiatra que ha sido galardonada por sus investigaciones sobre el efecto de los psicofármacos en los cerebros de personas con enfermedad mental
- El problema del inicio del consumo de psicofármacos es que una vez dado el paso, tiene mala solución, debido a la dificultad que supone el proceso de retirada de estos medicamentos. Bajar la dosis de un psicofármaco resulta complicado pues el organismo ha desarrollado mecanismos compensatorios que continúan manteniéndose a pesar de la desaparición del fármaco que los activó. Aparecen así una serie de síntomas asociados al proceso de retirada que suelen confundirse con los de la recaída de la enfermedad original. Esto lleva a muchos psiquiatras a reanudar el tratamiento farmacológico, incluso a dosis más elevadas, cuando se trata de un proceso normal por el que el organismo trata de recuperar su homeostasis.
Como colofón, os dejo una de las reflexiones que plantea Whitaker:
“Al menos, tenemos que dejar de creer que los psicofármacos son el mejor y único tratamiento para la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Tanto la psicoterapia como el ejercicio físico han demostrado ser tan eficaces como los psicofármacos para la depresión y sus efectos son más duraderos; sin embargo, por desgracia, no existe una industria para impulsar estas alternativas».
Tras esta exposición me gustaría aclarar que no se trata de ser radicales y decir que el uso de psicofármacos resulta siempre negativo e inadecuado, pues en ocasiones puede resultar un recurso de ayuda, aunque con carácter puntual. Lo que sí es importante es que su administración sea controlada, de duración limitada y sólo en condiciones justificadas, acompañándose a poder ser de otro tipo de intervenciones (como la intervención psicológica) que trabajen por unos beneficios a largo plazo.